
¿Cuándo empezar a hablarles a nuestros
hijos sobre el amor y el sexo? Sin darnos cuenta hemos empezado a hablar con ellos
desde el momento de su nacimiento y quizá antes. Desde el instante que sabemos
que es "hembra" o "varón", comenzamos a tratarlos de una
manera diferente de acuerdo al sexo al cual pertenecen. Allí comienza el
diálogo sin palabras, con las actitudes que adoptamos con la elección de su
ropa y juguetes. También hay otra clase de información que se proporciona a los
hijos desde el momento en que nacen, expresada a través de caricias, mimos,
contacto físico, besos; que les dicen que tocar, besar, acariciar son cosas
agradables y placenteras. Igualmente el proceso de aprendizaje de la identidad
y el rol sexual, así como buena parte de lo que conocemos sobre sexualidad, lo
hacemos a través de la observación de los demás y no sólo por lo que se les
diga, por lo tanto las demostraciones afectivas de la pareja, constituirán la educación
sexual temprana del pequeño, reforzando la idea de que amar y tocarse es algo
maravilloso. Con las actitudes que adoptemos estamos contribuyendo a formar su
“mapa del amor” que será lo que determinará su sexualidad futura.
Al
hablar de sexualidad con nuestros hijos la principal barrera son nuestras
propias carencias y limitaciones,
las emociones que proyectamos, los juicios de valor, nuestras miradas de aprobación o rechazo, la
relación que tengamos con nuestra pareja, las experiencias que hayamos tenido, etc.,
que crean en nosotros mismos las dificultades que a veces nos impiden formar
actitudes positivas en nuestros niños hacia la sexualidad.
A los niños hay que decirles la
verdad comenzando por hechos simples e ir construyendo una información más
compleja a medida que el niño va creciendo. Algunos padres al enfrentarse a una
pregunta delicada pueden desear dar una respuesta verdadera, pero sentir al
mismo tiempo que sus hijos no están preparados para conocer los detalles.
Probablemente ambas ideas sean correctas, pero en lugar de desentenderse o dar
una versión modificada de la realidad, es preferible optar por proveer la
cantidad de verdades que el niño pueda manejar. Nuestros hijos no sólo
necesitan información sino la confianza de poder hablar con sus padres sobre lo
que les preocupa. Callar a los interrogantes de nuestros hijos es también una
forma de educar; con el silencio y la evasión estamos enseñando que del sexo no
se habla ni se pregunta; respondiendo a su curiosidad estamos generando
confianza en el hijo, pues probablemente somos los padres la mejor fuente de
información en lo que a veces no tienen que ver con lo estrictamente biológico,
sino con los sentimientos, los valores, la libertad, los prejuicios.
Si la curiosidad de nuestros hijos
supera nuestra capacidad de respuesta, no nos alarmemos, siempre se puede
volver atrás, corregir errores, revisar conceptos gastados, o en todo caso
reconocer nuestro desconocimiento, invitándolo a investigar juntos sobre el
tema, lo que sí es importante es que ellos sepan de nuestra disposición a
escucharlos, de crear puentes de comunicación. Si por el contrario le hemos
dado mayor información de la que nos piden, o nos hemos puesto catedráticos, ellos
se encargarán de hacérnoslo saber, ya sea aburriéndose o simplemente filtrando
lo que responde a su interés del momento. Al contrario de lo que algunos
piensan la información certera que le aportemos a nuestros hijos retardarán el
inicio de los contactos sexuales precoces y motivaran a nuestros hijos a
mantener conductas sexuales más seguras y responsables.
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